Sep 4, 2025
En cualquier entorno laboral, el compañerismo y la empatía son valores clave para construir equipos sólidos, generar confianza y alcanzar metas comunes. Sin embargo, no siempre el esfuerzo por ayudar y mantener una actitud colaborativa recibe la misma intensidad de respuesta. A veces, incluso puede ocurrir lo contrario: un ambiente hostil, indiferente o competitivo que genera frustración en quienes ponen su energía en el trabajo en equipo.
Debido a ello, me gustaría explorar algunas estrategias que intento poner en práctica para manejar estas situaciones sin perder mi esencia y valores, sobre todo, sin que suponga un desgaste emocional grave.
1. Establecer los límites del compañerismo
Ser empático y solidario no significa estar disponible en todo momento ni sacrificar el propio bienestar o productividad. Conviene evaluar si el nivel de ayuda que se ofrece es sostenible y corresponde con lo que la empresa necesita. Aprender a poner límites sanos permite seguir siendo colaborativo, pero sin caer en la sobrecarga ni generar expectativas poco realistas.
Ejemplo:
Si un compañero o compañera te pide constantemente que revises su trabajo antes de entregarlo, y esto te retrasa en tus propias tareas, podrías responder:
“Hoy no tengo margen para revisarlo, pero puedo darte una sugerencia rápida sobre el formato.”
De este modo ayudas, pero sin asumir una carga desproporcionada de forma recurrente. Está bien pedir opinión pero nuestra responsabilidad acaba donde empieza la de los demás.
2. Aceptar que no todos responden igual
Cada persona tiene una forma distinta de relacionarse en el entorno laboral. Puede que algunos colegas no estén habituados a la colaboración, que vivan con presión personal o que prioricen sus objetivos individuales. La falta de reciprocidad no siempre está dirigida contra uno mismo; a menudo refleja estilos de trabajo, contextos personales o incluso la cultura organizacional vigente. Incluso, lo más probable, es que partamos de sesgos al no conocer en su totalidad los retos a los que se enfrenta realmente esa persona día a día.
Ejemplo:
Notas que cuando tú apoyas a un colega en un proyecto, él nunca está disponible para hacer lo mismo contigo. En lugar de frustrarte:
“Quizá su rol es más autónomo y su agenda está siempre muy cargada. No lo voy a tomar como algo personal.”
De esta forma conservas tu tranquilidad, pones límites y ajustas tus expectativas.
3. Dialogar y dar feedback constructivo
Por desgracias, sigue existiendo el ambiente hostil o poco colaborativo. Por eso, es recomendable generar conversaciones francas y respetuosas. Expresar de manera asertiva cómo ciertos comportamientos afectan a la dinámica del equipo puede aclarar malentendidos y abrir la puerta a mejoras. El uso de un lenguaje claro —centrado en hechos, no en juicios personales— suele dar mejores resultados que el silencio o la confrontación impulsiva.
Ejemplo:
Si percibes hostilidad cuando propones ideas en reuniones, podrías decir:
“He notado que cuando comparto propuestas, a veces se descartan muy rápido o no se llegan a escuchar de forma activa. Me gustaría entender los puntos de vista para ajustarlas y que podamos construir en conjunto.”
El tono es neutro: no acusa, sino que abre la puerta al diálogo.
4. Fortalecer el autocuidado emocional
El desgaste emocional proviene muchas veces de sentir que el esfuerzo no es valorado. Aquí es donde cobra importancia el cuidado del autoestima: reconocer los propios logros, mantener hábitos saludables fuera de la oficina, y establecer espacios de desconexión. Aunque difícil en ocasiones, al cuidar la salud mental se evita caer en la frustración o en el cinismo laboral. Te cuento más en este otro artículo.
Ejemplo:
En lugar de quedarte después del horario para cubrir tareas de otros, decides darte prioridad e ir al gimnasio o tomar un café con un amigo. Eso te recarga de energía y evita que el desgaste.
Además, también es recomendable llevar un registro de tus logros, de esa forma recuerdas tu valor, aunque otros no lo reconozcan.
5. Buscar aliados y redes de apoyo
Si bien no todos responderán con gratitud, siempre existirán personas dentro de la empresa con las que se puede construir confianza. Identificar aliados —compañeros, líderes o incluso otros departamentos— permite crear pequeños entornos de cooperación que equilibran la falta de apoyo externa.
Ejemplo:
Detectas que en otro departamento hay una persona con la que trabajas bien. Empiezan a compartir recursos, consejos y apoyo mutuo e incluso hasta alguna canción, aunque tus compañeros directos sean más competidores. Así vas creando un microclima donde sí existe reciprocidad y confianza (y entiendes que no estás loco/a)
6. Escalar la situación cuando es necesario
Por supuesto, si el ambiente de hostilidad se convierte en un obstáculo grave (acoso, sabotaje, exclusión, abuso de poder, etc.), es importante documentar la situación y recurrir a instancias formales como Recursos Humanos o la gerencia. Cuidar la integridad personal está por encima de cualquier dinámica tóxica.
Ejemplo:
Si un colega realiza comentarios despectivos de manera frecuente en reuniones, en lugar de enfrentarlo solo, documentas las incidencias y las presentas a tu jefe o a Recursos Humanos:
“En las últimas tres reuniones se han hecho comentarios personales que dificultan mi participación. Adjunto ejemplos concretos.”
Eso permite dar un paso formal en la solución, sin entrar en discusiones improductivas. Entrar en batallas de egos es la opción más ineficiente a la que te puedes acoger. No solo mermarás tu autoestima si no que te rebajarás a su nivel y ninguna empresa quiere empleados o ambientes conflictivos.
7. Mantener la coherencia personal
Uno de los mayores desafíos, al menos para mí, es no dejarse arrastrar por el entorno negativo. Aunque la falta de reciprocidad duela, mantener la coherencia con los propios valores es una forma de preservarse. A la larga, la reputación de ser alguien confiable y empático siempre aporta capital profesional y humano, incluso más allá de la empresa actual.
Ejemplo:
Aunque notes que algunos compañeros rehúsan compartir información, no aportar soluciones o siempre tener una opinión contraria sin datos, mi mejor consejo es que sigas enviando reportes claros, acometiendo tu ejercicio y ofreciendo apoyo cuando es justo hacerlo. Siempre hay alguien que lo nota y agradece:
“Gracias por tomar esa iniciativa y compartir la información, nos ha sido de gran utilidad”
Eso fortalece tu imagen profesional, incluso si no todos lo valoran en el corto plazo. Y por qué no, servir de inspiración para alguien.
Podríamos decir que…
No siempre es posible cambiar de inmediato la cultura o a los compañeros de trabajo, pero sí está en nuestras manos ajustar los límites, fortalecer la comunicación y cuidar nuestro bienestar. El verdadero desafío es encontrar el equilibrio y mantener la serenidad: ser colaborativo y empático sin caer en el desgaste o la decepción ante la falta de reciprocidad.
En última instancia, la clave está en actuar con inteligencia emocional: ayudar desde la generosidad, pero también desde la lucidez, para que el compañerismo no se convierta en una fuente de desgaste, sino en una fortaleza profesional.